Pasó cuando la palabra femicidio no se utilizaba. Se escribieron canciones que retrataron estas historias y hasta coincidieron en términos como “sombra” para darle el tono a las situaciones y a sus víctimas. Cuenta una leyenda que un preso loco bailaba con su mujer en la celda de la cárcel donde pagaba su pena por haberla asesinado; cuenta otra historia (esta sí, real y muy bien documentada) que un rencoroso, también tras las rejas, no podía más que seguir culpando a aquella pareja que había matado.

Para su disco de 1987, Entre la ciudad y el campo, Raúl Carnota grabó una canción, escrita junto a Jorge Calvetti, llamada “Coplas del rencoroso”. El tema hace referencia a Juana Figueroa, convertida en un mito salteño. Con el comienzo del nuevo siglo, Víctor Heredia escribió otra llamada “Bailando con tu sombra”, que también refiere a una historia trágica.

Heredia, que ha visitado penales y cantado para presos, supo intercambiar historias con los internos. Una de las que más le llamó la atención fue la de un hombre que había asesinado a su mujer. El cantautor no conoció al hombre ni tampoco supo el nombre de su esposa, pero esa especie de mito intramuros le llegó en una de esas visitas. Los presos le hablaron de un loco que decía que veía a su esposa, a quien había asesinado, que se le aparecía en su celda. Ese espectro es lo que inspiró a Heredia para su canción. Hasta le puso un nombre, entre paréntesis. La llamó Alelí.

En la escucha de las primeras estrofas, nada hace pensar que se trata de una historia trágica. Es, simplemente, el recuerdo de un hombre que evoca tiempos de muchacho enamorado.

“Tengo esa nostalgia de domingo por llover. / De guitarra rota, de oxidado carrusel. / Ay, Alelí, pobre de mí. / Yo te desnudaba para ver cómo era el mar. Y el mar se enredaba a mis deseos de volar”, escribió Heredia. Pero luego hacia el final, termina develando el misterio que está detrás de aquellos recuerdos. “Esta noche quiero que bailemos otra vez. La canción que el viento nos cantaba en el ayer / Ya sabrá el infierno cómo hacer para aceptar/ que bailé en mi celda con tu sombra, sin parar

Víctor Heredia se inspiró en historias que circulan en presidios, para escribir

La historia de Juan Figueroa es muy popular en Salta. “Ayer por la tarde [29 de marzo de 1903] algunos menores, hijos del administrador del Cementerio, en circunstancias que se dirigían a bañarse en la corriente de agua de La Zanja del Estado, en la dirección de la calle San Luis, a una corta distancia del este del Puente denominado Blanco, sintieron un olor nauseabundo que parecía salir del medio de los yuyos de ese punto -consignaba el diario salteño La Montaña. Los menores de referencia dieron aviso a sus padres del hallazgo fúnebre y acto continuo éste se apresuró a dar cuenta a la policía”.

Luego de la autopsia -y tras la denuncia por desaparición, realizada por un familiar- se determinó cuatro días después que se trataba de una joven de 22 años llamada Juana Figueroa. El principal sospechoso, su esposo, Isidoro Heredia, 10 años mayor que ella, terminó confesando el crimen que tuvo gran repercusión por el grado de violencia contra la mujer (había desfigurado su rostro con una barra de hierro). Desde entonces, se tejieron las más variadas teorías sobre el crimen. Se habló de un hombre -para la mayoría era carpintero, según otros, albañil- absolutamente celoso y violento de quien Juan logró escapar. También se dijo que la joven mantenía un romance con otro hombre (de apellido Cáceres o Casares), con quien habría huido a Buenos Aires. Al tiempo, Juana regresó a Salta y se instaló en La Merced, cerca de la capital provincial.

Más allá de que no habría contradicción en estas historias, la veracidad que se le quiera dar a una u otra darán cuenta de cómo se han querido interpretar los hechos. Si bien no se defiende de manera explícita al asesino, que debió cumplir una condena de 10 años, ha quedado sobrevolando esa idea del pobre hombre engañado. En 1961, con música de José J. Botelli y letra de José Ríos, se conoció una canción sobre esta historia. Una de las estrofas de esa zamba dice: “Juana Figueroa, ¿dónde te has ido? ¿Pues qué camino has de volver, para encontrarte con tu marido, que ya anda viejo de padecer?”.

Los hechos, que fueron demostrados por la Justicia, dan cuenta de que el hombre encontró a Juana cerca de la estación del tren y que, para asesinarla, la llevó a un arroyo conocido en ese tiempo como Zanja del Estado, rodeado de pastizales (hoy es zona urbana, allí se ubican la Avenida Yrigoyen y la calle Talavera). No existe ninguna documentación que refiera a las conductas de cada uno. Solo la comprobación y la confesión de un asesinato que, de haber ocurrido hoy, sería denominado femicidio, porque así está refrendado en el artículo 80 inciso 11 del Código Penal. No existen justificaciones ni atenuantes posibles, del mismo modo que en las leyes actuales no existe la fidelidad como deber jurídico.

Raúl Carnota trajo la historia de

En el terreno artístico, Raúl Carnota y Jorge Calvetti pusieron en las “Coplas del rencoroso” la voz del asesino, quien, aun cumplida su condena, no puede dejar de seguir abrazado a su odio. Por otro lado, varias décadas antes de que se usaran expresiones como “violencia de género”, el cantautor supo leer en aquella historia el maltrato que habría recibido Juana y su necesidad de escapar de aquello. Así dice el preludio que recita antes de las coplas: “La Juana Figueroa nació a fines del siglo pasado en Salta. Y murió a principios de este (el siglo XX) a manos de su marido. Algunos dicen que la Juana no supo ser fiel a su hombre; hay otros que dicen que la Juana no pudo dejar de ser fiel a sí misma. Lo cierto es que hoy es un mito en Salta. Y tiene miles de promesantes. Estas son las palabras que el poeta puso en boca de su marido, después de haber pasado 30 años (sic) en la cárcel”.

Los “promesantes” a los que Carnota se refería fueron quienes la entronizaron como santa popular. Hicieron una primera ermita y en 2017, gracias a una ordenanza municipal, la trasladaron a metros de allí (muy cerca de donde fue asesinada), en un espacio más amplio. Solo existe una fotografía de referencia, pero algunos aseguran que Juana Figueroa no es la mujer de esa imagen, que pudo haber sido tomada varias décadas después. Lo que sí existe es la devoción de sus fieles. “Hace 31 años que construí la gruta para resguardar el altar de Juana Figueroa, un alma bondadosa que me salvó la vida -contó un vecino de la zona, Ernesto Maciel, cuando se hizo la reinstalación, en 2017. “Yo era chofer y un día tuve un accidente, quedé grave. Supe de Juana y empecé a rezarle para que me cure y así pasó. Es milagrosa”.

Excepto por las canciones y algunas investigaciones independientes, nada más se supo de esta historia: ni del destino de Isidoro Heredia ni del hijo que había tenido con Juana. Pero siempre habrá una sombra. La de Alelí, en la canción de Heredia; la de Juana, en la de Carnota: “Hubo un cómo y hubo un cuándo, que terminaron conmigo/ Y hoy tu sombra es el testigo, que me sigue acompañando”, dicen las “Coplas del rencoroso”.