Nicolás Rodríguez Esturo volvió al tenis y quiere ir por más

En la Argentina, el tenis abarca mucho más que las dos semanas de un Grand Slam, las series de Copa Davis o los jugosos premios que reparte la ATP. Su lado B se construye en cualquier cancha común y corriente, donde conviven ilusiones, sueños que quedaron en el camino e historias que pocas veces salen a la luz.

A 260 kilómetros de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, a orillas del Río Salado, se encuentra Junín. Allí nació Nicolás Rodríguez Esturo, el 22 de abril de 1988, en el seno de una familia amante del automovilismo. Su padre, Guillermo Serenata Rodríguez, fue piloto y llegó a correr en el Turismo Carretera a fines de los años ’80. Nicolás, en cambio, eligió dos caminos tan distintos como desafiantes: el motocross y el tenis.

Durante un tiempo practicó los dos deportes de manera simultánea, hasta que, cuando todavía era un nene, los resultados con la pelotita fluorescente le fueron marcando el paso. Más tarde, en su etapa como juvenil, Rodríguez Esturo ocupó la primera posición del escalafón nacional y, a sus 17 años, dio el puntapié hacia el profesionalismo: conquistó su primer punto ATP. Era el año 2005.

“Es un tema complejo el del ranking y los primeros puntos. Muchas veces, el foco de los tenistas se centra ahí y eso suele ser limitante. En La Paz, Bolivia, jugué contra el 380 del ranking y fue un partido durísimo que gané después de cuatro horas. Ese punto significó muchísimo para mí entonces: sentí que ya estaba adentro de algo más grande, lloraba de emoción. Pero luego se transformó en algo sin tanto significado, no por la llegada de otros puntos, sino porque sentí que debía tomarlo como algo normal para poder pensar en objetivos mayores”, recuerda en charla con Infobae.

El 2012, sin embargo, marcó una bisagra en la vida de Nicolás. Lo que durante semanas había sido una incomodidad corporal y el presentimiento de que algo no encajaba, terminó por revelarse. A los 24 años, en plena pretemporada y a punto de emprender una gira por Europa, recibió una noticia devastadora. Las molestias se habían vuelto insoportables y, tras una serie de estudios, finalmente apareció el diagnóstico: esclerosis múltiple.

“Empecé con síntomas muy feos. Estaba como electrificado durante todo el día y con una fatiga extrema. Me sentía como si me pasaran voltaje. De a poco también empecé a perder la visión de un ojo y ya no podía enfocar la pelota. Le erraba, así de simple. Imaginate lo que significa eso para un tenista”, sitúa.

Y profundiza: “Es un golpe que no entendés, que no podés creer. Me preguntaba todo el tiempo: ¿por qué a mí? Cuando llegó el diagnóstico, me sometí a un tratamiento ambulatorio que me destruyó físicamente: bajé muchísimo de peso, los músculos se me aflojaron y sentí que estaba viviendo en un cuerpo que no reconocía. Para ese entonces, ya había dejado de jugar”.

A pesar de que la vida que había construido se desvaneció de golpe, Nicolás Rodríguez Esturo encontró un propósito: descubrir qué había más allá del tenis. “De un día para el otro, supe que mi vida había cambiado para siempre, y eso no es fácil de digerir. Fue catastrófico, pero no tardé en adaptarme. Empecé a disfrutar de la familia, los amigos, los proyectos, los viajes en modo turista”.

Para reemplazar el deporte que había sido, hasta entonces, su razón de ser, Nicolás se volcó a sus otras pasiones: el arte, la naturaleza y un estilo de vida saludable. Junto a su pareja, Martina, se trasladó a un pequeño pueblito costero, Arenas Verdes, en el partido de Lobería, al sur de la provincia de Buenos Aires. “Ahí empezamos a construir nuestra casa con nuestras propias manos, viviendo en carpa en medio de la naturaleza, sin vecinos cerca. Fue una experiencia increíble, de mucho crecimiento personal para los dos”, relata.

Nicolás junto a Martina, su pareja y con quien se mudó a Aguas Verdes

En ese entorno, se volvió un fanático del surf y profundizó su vínculo con la música, que comparte en su canal de YouTube. Allí, y para quien quiera escuchar, Nicolás Rodríguez Esturo es Nico Rodes.

Aunque había permanecido alejado del tenis durante más de una década, en 2024 volvió a sentir un cosquilleo que, con el tiempo, se convirtió en ganas de volver a jugar. “Empezó como una semilla que brota muy de a poco. Me enganché a mirar partidos otra vez y también me dieron ganas de estar en movimiento. Ahí fue cuando arrancamos a jugar con mi hermano Felipe. La verdad es que cada partido o entrenamiento que hacíamos era un momento hermoso. Después de empezar a jugar más seguido, me pregunté: ¿por qué no volver a competir? Si ya no soy aquel que se estresa en una cancha de tenis. Ahora puedo disfrutar”.

Así, con pasos cortos pero firmes, Rodríguez Esturo volvió a jugar algunos torneos. Si bien la esclerosis múltiple no tiene cura, existen cuadros donde los pacientes pueden llevar una vida normal o casi normal, incluso años después del diagnóstico.

“Creo que, así como nos enfermamos, también tenemos la capacidad de curarnos. Yo elegí creer. Día a día creía que me estaba curando. Aprendí a meditar, a comer sano”, remarca Nicolás, y agrega: “Hay un punto donde el tenis y la vida se conectan: si creés que vas a ganar, ya estás dando pasos para que eso suceda. Ahora, si pensás que todo va a ser difícil, prepárate, porque así va a ser”.

Nicolás Rodríguez Esturo también hace música. Aquí, con el bajo eléctrico (Fuente: gentileza)

El 30 de noviembre, Rodríguez Esturo llegó a la final de la decimoquinta etapa del circuito profesional de la Asociación Argentina de Tenis (AAT) en el Club y Biblioteca Mariano Moreno. Inició su participación desde la qualy y fue encadenando triunfos hasta llegar a la definición, donde cayó ante Pablo Mikito Maccarone.

“Disfruté como nunca. Cuando terminaba cada partido me llovían un montón de emociones y recuerdos. Antes de jugar el torneo sentía que me iba a ir bien”, dice, y avisa que quiere ir por más: “Tengo muchas ganas de prepararme bien para el año que viene. Quiero ver a dónde puedo llegar. Hoy solo pienso en disfrutar”.